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He estado recogiendo los restos de cristales rotos, mientras revivía los golpes que tiñen de morado la piel y de negro la confianza… y después de todo no sé qué me duele más.
He convertido mi cabeza en manicomio por recomendación de un loco. Sé de él que hace años tuvo que detenerse, y que desde entonces lleva el reloj adelantado.
Ahora pasa las noches golpeando las paredes con sus latidos, porque sólo le importa que la sangre siga fluyendo.
Y al menos le importa algo.